Mi experiencia pastoral continúa, Gilberto Flores (Parte II)

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En la segunda parte de esta entrevista de tres partes, Gilberto Flores comparte cómo continúa su ministerio a través de las relaciones y la presencia.

por Adriana Celis

Foto cortesía de Marco Güete

Al mirar hacia atrás y, al mismo tiempo, hacia adelante, descubro que mi experiencia pastoral no ha sido una línea recta ni un proyecto perfectamente ejecutado, sino más bien un camino serpenteante, lleno de pausas, silencios, preguntas y también pequeños destellos de claridad, dice Gilberto.  Hoy, más que nunca, sigue creyendo que el ministerio no es una tarea que se cumple desde una oficina o desde una tarima, sino una forma de vivir y caminar junto a otros.

Su experiencia pastoral continúa porque la vocación no se jubila. Aunque los años han traído consigo cambios en sus energías y responsabilidades, la pasión por acompañar a otros en su camino de fe permanece viva. En esta etapa descubre una nueva forma de ejercer el pastoreo: menos activa en lo estructural, pero más presente en lo relacional y en lo simbólico.

«Me siento llamado no tanto a hacer, sino a ser: ser escucha, ser aliento, ser presencia, —dice Gilberto—Uno de los frutos más significativos de este caminar es la claridad sobre el tipo de iglesia que anhelo: una comunidad de fe viva, comprometida, consciente de su contexto y capaz de ser testigo del Evangelio sin caer en moldes rígidos».

Por eso, sus planes actuales con la iglesia que ministra se centran en dos sueños profundamente entrelazados: primero, que cada miembro sea capacitado para vivir y proclamar con integridad la fe en Cristo y, segundo, que se pueda ver nacer nuevas comunidades anabautistas que reflejen esa misma esperanza en distintos rincones de nuestro entorno.

Gilberto sigue convencido de que la tarea pastoral no se trata de controlar ni imponer, sino de empoderar e inspirar. La verdadera autoridad en el ministerio no viene del cargo, sino de la coherencia entre lo que se cree, lo que se predica y lo que se vive. Jesús lo modeló así, comenta, caminó con su gente, compartió el pan, lloró con los dolientes y se indignó con los poderosos. A ese estilo de pastoreo quiere seguir aspirando hasta el último día dice Gilberto

A lo largo de estos años, el Señor le ha permitido ver que las grandes victorias del ministerio no están en las estadísticas, sino en las vidas transformadas, en los lazos tejidos, en la fe que brota aún en terrenos áridos. Personas —no programas— son el legado de un pastor. Y aunque sabe que no siempre sembró con la sabiduría que hoy tiene, confía en la gracia que cubre nuestras torpezas y en la fidelidad de Aquel que nunca deja de obrar.

Con cada paso que da hacia el cierre de su etapa activa, se aferra a esta certeza:

Espere la tercera y última parte de este maravilloso relato de la vida y obra de Gilberto Flores, un hombre de fe excepcional, como ninguno otro.

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